lunes, 27 de agosto de 2018

Análisis: "Las aguas bajan turbias" de Hugo del Carril


1Alfredo Varela, nacido en el barrio porteño de Caballito en septiembre de 1914, escribió: “El Río Oscuro” publicado en 1943, en donde se narra la historia de Ramón Moreira, un hombre que es reclutado para trabajar en los yerbatales vírgenes del Alto Paraná y sometido a un régimen inhumano de violencia y explotación para, paulatinamente, ir tomando conciencia de su situación y vislumbrar el camino de la política como único y digno modo de liberación de aquel infierno.
Sobre la gloria de la infinita riqueza del Alto Paraná –escribe sobre el final de la novela— el material humano sigue arrastrándose pobre, enfermo, oprimido. Pero las nuevas condiciones, al aproximar físicamente a las grandes peonadas sometiéndolas a la misma explotación exhaustiva, favorecen su agrupamiento y organización (...) Sobre las cenizas del antiguo mensú, del arriero, comienza a levantare el peón organizado, consciente, del porvenir. Su camino de espinas ha de tener en lo sucesivo una luz: la del farol de ese humilde rancho del sindicato obrero...
La novela fue traducida a 15 idiomas y convirtió a su autor en una suerte de mito de la literatura social.
De origen familiar modesto, no pudo seguir estudios universitarios y, antes de transformarse en periodista y miembro destacado del partido comunista, ejerció diversos oficios, como el de corredor de informes comerciales. Su trabajo periodístico lo acerco a las más diversas realidades a lo largo y ancho del país. “EL Río Oscurofue, antes de convertirse en el libro, una extensa serie de notas que bajo el título “Así viven los esclavos blancos” publicó en la revista Ahora. En 1948 Varela fue enviando por el partido a los congresos de los partidos comunistas de Polonia y Hungría, flamantes democracias populares, Integrante del Consejo Argentino, donde llego a ejercer la vicepresidencia, y representante permanente a todos los congresos y reuniones del Buro del Consejo Mundial, cuando fue detenido por la Sección Especial de Represión al Comunismo, había sido promovido a miembro suplente del Comité Central del PCA. La detención de Varela se produjo en julio de 1951, a casi un año de los asesinatos del dirigente estudiantil Jorge Calvo y el obrero metalúrgico Angel Zelli, en esa atmosfera represiva, Varela fue acusado de participar en la organización de la huelga ferroviaria declarada en enero de 1951. Sobre el ya pesaba
una condena por desacato que estaba en suspenso, por publicar en La Hora una denuncia contra el jefe de policía por el asalto a un acto conmemorativo del 32 aniversario de la Revolución Rusa que termino con centenares de presos y apaleados. Unos meses antes de ser nuevamente detenido, había pasado 20 días en la cárcel en compañía de Atahualpa Yupanqui, luego de que ambos fueron detenidos en la puerta de la embajada soviética. La prensa comunista presento la detención Varela como una
Consecuencia de su trabajo como escritor comunista, resaltando tanto su compromiso político como el valor “documental” de su literatura. Ante la pregunta: ¿por qué se encarcela a Varela”?, Nuestra Palabra  respondía:
Porque como escritor ha defendido desde el diario y desde el libro a los humildes. El estuvo con los trabajadores de la Alpargatera señalando en notas inolvidables la justicia de los 10000 obreros expoliados por patrones extranjeros, ingleses. El estuvo con los hacheros y cosecheros del algodón del Chaco y Corrientes, el denuncio la miseria impuesta por los terratenientes en el sur argentino. El mostro, a través de ojos argentinos, la limpia, la hermosa verdad de un país maravilloso donde triunfa el socialismo: la Unión Soviética. El estuvo en el Paraguay, en lo más rudo de la lucha al lado un pueblo tradicionalmente expoliado por el imperialismo, cantando sus esperanzas, nombrando su (sic) dolores, señalando su (sic) próximas y seguras victorias.
La campaña por la libertad de Varela recibió adhesiones de todo el mundo, incluyendo las ya habituales firmas de las autoridades del Consejo Mundial por la Paz, de Pablo Neruda, entre otros. La nota enviada al juez de la causa, Miguel Vignola, solicitando la resolución urgente del caso y la inmediata libertad del “muy distinguido” colega estuvo encabezada por Ezequiel Martínez Estrada y Jorge Luis Borges. Varela fue finalmente condenado a un año de prisión efectiva en la Cárcel de Villa Devoto, lo que derivo en la constitución de un comité por su libertad. Varela recupero la libertad en mayo de 1952, en lo que fue presentado como un “triunfo de la movilización popular por la democracia y la paz”, tanto más significativo y aleccionador por haber sido obtenido en el marco de “una opresión política cada día más dura”.Ese mismo mes el partido apoyaba públicamente la convocatoria de Perón para formar un frente popular unido para oponerse a la conspiración golpista que, según el presidente, era organizada por el imperialismo norteamericano y la oligarquía local.
Cuando Valera recupero la libertad, agradeció desde las páginas de Nuestra Palabra la movilización nacional e internacional que se desplego para reclamarla, aunque no hizo mención alguna de las razones por las cuales el gobierno peronista lo había encarcelado y ahora lo liberaba.
Apenas cinco meses después, el 9 de octubre, se estrenaba en el teatro Gran Rex de la calle Corrientes la película “Las aguas bajan turbias”, adaptación cinematográfica de El Río Oscuro, dirigida y protagonizada por el director y cantante popular peronista Hugo del Carril. Aunque desde la cárcel de Devoto Varela participo en la adaptación del guion, no figuraba en ningún crédito y su libro nunca se menciono en ninguna crítica, pues esa –y la aclaración de que el infamante régimen de explotación de los yerbatales era parte de un remoto pasado— fue la condición para que el proyecto fuera autorizado por la Secretaria de Propaganda del gobierno. Así lo hacía notar la prensa comunista en abril de 1952, al afirmar que mientras las compañías esclavistas denunciadas por Varela no solo subsistían sino que bajo el régimen justicialista había ganado muchos millones, aquel que les había recordado sus crímenes se encontraba preso. Sin embargo, una vez estrenada, la misma prensa aplaudió la película y acordó en que esa “época de horror” había sido en gran parte superada por el combate de la “clase obrera”.
Como una muestra del paradojal lugar que los intelectuales comunistas ocupaban en un espacio cultural escindido por la adhesión o el rechazo al peronismo, mientras los comunistas, embarcados en el apoyo al gobierno, saludaban la película y olvidaban incómodamente la prisión de Varela por la que habían movilizado todos los resortes del Movimiento por la Paz; la oposición –y con ella buen parte de los intelectuales que habían reclamado por la libertad del autor de El Río Oscuro— juzgo la película como una muestra de propaganda peronista pues durante su estreno, cuando al final el protagonista y su mujer escapan del obraje para coronar su historia de amor (y no para asumir el camino de política y la sindicalización) los espectadores aplaudieron al grito de !Viva Perón!
1Extraído de Petra, Adriana Carmen. “Intelectuales Comunistas de la Argentina (1945-1963)”, páginas 208 a 214 http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/tesis/te.896/te.896.pdf
De lo expuesto en el descriptivo trabajo de investigación de Pablo Alvira*, realizamos la siguiente extracción:
El cantante y actor Hugo del Carril era hacia fines de los años cuarenta una de las figuras más conocidas del medio artístico argentino y latinoamericano, como notorio era también su compromiso con el proyecto político peronista liderado por el presidente argentino, Juan Domingo Perón
En 1949 se vuelca a dirigir y filma Historia del 900, sobre un guión propio, y al año siguiente Surcos de sangre, quien colaboró con él durante veinte años en muchos otros emprendimientos. En ese film ya aparecen los temas sociales habituales –es decir, los conflictos entre explotadores y explotados– característicos de su producción, que maduraron en las películas siguientes. La sensible visión de la realidad social y su capacidad para captar la naturaleza de las relaciones humanas la seguirá desplegando del Carril en sus películas posteriores, algunas de temática social –Las tierras blancas, aparecida en 1958, y Esta tierra es mía, en el año 1961–, y otras de género, como las excepcionales La Quintrala y Más allá del olvido, ambas de 1955. Fue el último año de la presidencia de Juan Domingo Perón y el inicio de la proscripción del Partido Justicialista, por él liderado, situación electoral que duró hasta 1972.
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Los trabajadores:
Como puede verse en la película, luego de desembarcar en un puerto del Alto Paraná, un contingente proveniente de Posadas debía emprender un tortuoso viaje hasta el yerbal. Al llegar, luego de ser rigurosamente desarmados, los mensúes eran informados de su saldo deudor a favor del patrón, anotado en una libreta. Ya encadenados por el fraudulento contrato de conchabo, los trabajadores se encontraban al llegar al Central con un escueto reglamento escrito. Imperaba la arbitrariedad del patrón y dos obligaciones de los trabajadores, sin embargo, debían quedar claras desde el principio, al punto de estar escritas: el cumplimiento de los cupos de entrega y la prohibición del abandono de la zafra. En torno a esas imposiciones giraron los demás elementos del círculo infernal: el proceso de trabajo, la estafa, los castigos y hasta la muerte.
Capitalismo, modo de producción:
El horario de trabajo era de sol a sol, con un intervalo al mediodía para compartir el reviro preparado en el rancho, sentados en el suelo. La gran mayoría de los trabajadores eran tariferos, como lo son los hermanos Peralta en la película. El tarifero o tarefero era el que subía a los árboles de yerba mate y cortaba las ramas a golpe de machete
Luego de cortadas las ramas de yerba, los peones debían realizar el zapecado, operación destinada a fijar la clorofila en la hoja y que consistía en pasar las ramas por sobre un fogón o zapeco armado en el mismo lugar del monte. Una vez zapecada, la yerba era trasladada sobre las espaldas de los tariferos en raídos hasta la romana o lugar de pesaje, o si la distancia era muy grande la yerba era trasladada a lomo de mulas hasta el lugar de romaneo. Luego del pesaje o romaneo, la yerba zapecada era trasladada al barbacuá, donde se hacía la secansa o torrefacción de la yerba. Allí comenzaba un proceso que duraba toda la noche. El especialista que lo conducía era el urú, auxiliado por dos guaynos. El proceso de torrefacción de la yerba era continuo, sin descanso, que exponía a los trabajadores a temperaturas de más de 70 grados. La última etapa del trabajo era el canchado, una primera molienda luego de la cual era llevada al noque o depósito del Central en grandes bolsas. Todas y cada una de las tareas, pesadas hasta la extenuación. El corte y elaboración de yerba se organizaba en comitivas, cuyo tamaño y composición variaba, según el establecimiento. Generalmente, entre veinte y treinta personas: un urú, dos guaynos, uno o dos capangas y un número variable de tariferos.
Hasta aquí, nosotras advertimos que Alvira da una excelente descripción de lo que es el incipiente modo de producción capitalista, donde se carece de control sobre los medios de producción y sobre la distribución, y los hombres se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario
Siguiendo con Alvira, aparte de las tareas domésticas –cocinar, lavar ropa y criar los hijos– las mujeres de los tariferos eran sus “guaynos” en el yerbal: desgajaban, zapecaban y ordenaban la yerba en los raídos. El trabajo de las mujeres aumentaba la producción y el salario de sus compañeros, pero no percibían remuneración directa por su trabajo. Si la vida ya era dura para todos, lo era aún más para las mujeres, quienes además de ser explotadas debían estar a disposición de los patrones
Además de oficiar de guaynos junto con sus madres, un trabajo especialmente asignado a los chicos en los yerbales era el de madrineros, sobre todo a los más pequeños, por su menor peso. Desde el momento en que se los empleaba quedaban sometidos a las mismas jornadas y al mismo régimen disciplinario que los hombres. Privados de cualquier tipo de instrucción elemental, expuestos a enfermedades contra las cuales tenían menos defensas que los adultos, los niños podían pasar largos años –casi su vida activa– en el Alto Paraná
Condiciones de obraje son aquellas que el mensú vislumbra pero sobre las que no tiene control, y que se resumen en dos: deudor y sin derechos sobre su persona. Como en otros sistemas de captación y retención de mano de obra, constituidos por formas de retribución del trabajo que incluyen sólo una parte del salario en el anticipo es uno de los elementos más importantes. Aquí, se impone como el primer instrumento de explotación. Más grave aún: es el momento en que el mensú pierde sus derechos sobre sí mismo. Santos y Rufino Peralta deberán trabajar seis, ocho, diez meses, todo el año para devolver el anticipo.
Resultado de imagen para fotos de las aguas bajan turbiasEl sistema de pago adelantado o anticipo traía aparejado el endeudamiento como modo de retención de la mano de obra. El proceso de proletarización era condición necesaria pero no suficiente. El poder coercitivo del Estado no bastaba por sí mismo para garantizar la colocación de trabajadores como asalariados y que era necesario un fuerte anticipo bajo la forma de adelanto de salarios, lo que indicaría, por otra parte, que se estaba en presencia de cierto desarrollo de un mercado de trabajo.
Coincidimos con Alvira en que se visualiza en la película la presencia de un mercado, pero no se lo puede conceptualizar como un mercado de “trabajo asalariado libre”. Se infiere que el mercado ha pasado por un período inicial, y en ocasiones prolongado, de coerción laboral intensificada que sólo después ha dado por resultado el desarrollo del trabajo libre asalariado.
Inseparable del brutal régimen de trabajo visto en el apartado precedente, encontramos otra pieza del cuadro de explotación del mensú. Nos referimos a los medios por los cuales aquel capitalista sui generis que era el yerbatero se apropiaba del plusvalor que generaba el trabajador de los yerbales. A los tariferos, que constituían la gran mayoría de los mensúes, se les pagaba por arroba de yerba cosechada y zapecada. Los testimonios coinciden en que los niveles salariales eran bajísimos, lo que confirman los datos del Departamento Nacional del Trabajo. Los salarios promediaban $ 40 mensuales, llegando excepcionalmente a $ 60 o 70, al límite de la subsistencia, en un nivel similar a otras agroindustrias. Hay que tener en cuenta, además, que al tarifero se le pagaba por el corte y zapecado de la yerba, pero estaba obligado a canchar la yerba, hacer campamento, abrir picadas y varios trabajos más sin recibir remuneración. Los pagos se hacían mensualmente –de ahí se deriva el vocablo mensú, pero sólo al final de la temporada, si tenía saldo acreedor, el trabajador era retribuido con moneda nacional de curso legal. Los salarios se pagaban en vales de la empresa, sólo intercambiables en su proveeduría. Si el mensú podía volver a Posadas con algo en la columna del haber, situación que no era la más frecuente, debía sortear otros obstáculos. Las anotaciones impedían toda fiscalización, alimentando el círculo vicioso que lo llevaba de vuelta al Alto Paraná.
Todo el sistema se sostiene con brutal violencia que se manifestaba de diversas formas: abuso sexual contra las mujeres, golpizas a los hombres, estaqueamientos, latigazos, cepos, entre otros; y siempre, el riesgo de morir: de hambre, de enfermedades o por el máuser del patrón. Los castigos La coacción física directa no sólo se manifiesta, como podría pensarse, en el proceso de génesis del proletariado con la destrucción de la organización económica precapitalista. Como revela Iñigo Carrera en su estudio sobre el proletariado azucarero, a esta coacción también la encontramos “ya instauradas las relaciones salariales (...) en el interior del proceso de trabajo mismo, donde existen castigos corporales como elemento de la organización del trabajo, y también para imponer las condiciones en que se ha de desarrollar la relación entre el capitalista y los trabajadores asalariados.
Las situaciones que hemos visto en la película y estudiado refieren a un momento en que, según lo describe el mismo autor, “el capitalismo argentino se encontraba en su fase de formación y desarrollo (específicamente desarrollo en extensión) y en la que necesitaba incorporar volúmenes crecientes de población a la actividad productiva”.
El férreo control patronal así como la débil cuando no inexistente organización sindical entre los trabajadores del Alto Paraná en esta etapa, hicieron que la forma más efectiva de resistencia fuera la fuga. Sin embargo, una y otra forma, así como muchas otras, que eran cotidianas y que alimentaban la esperanza –hacer música, amar, tener hijos- hacían que resistir sea una parte importante de la experiencia de los trabajadores de los yerbales.
Es posible afirmar que la situación de los trabajadores de los yerbales comenzó a cambiar desde la década de 1930, y que una nueva realidad se impuso en el decenio siguiente, fundamentalmente por dos factores: en primer lugar, la desaparición de la explotación extractiva por el triunfo final de los yerbales de cultivo, proceso que se venía dando desde la primera década del siglo; y en segundo lugar, los cambios en las relaciones laborales y la mejora general de la situación de los trabajadores, promovidos por los gobiernos nacionales posteriores a 1943. Entre 1900 y 1925 la economía basada en los yerbales silvestres cedió paso a la del cultivo. La expansión del cultivo se hizo sobre la base de la propiedad familiar de las colonias yerbateras, pero el sistema se volvió hegemónico con la llegada de nuevos capitales y la reconversión de algunos establecimientos extractivos. La consolidación de este sistema mejoró la situación de los trabajadores, pero ciertamente, no era mucho lo que hacía falta para mejorar las condiciones del Alto Paraná. Sin embargo, los patrones ya no contaban con el aislamiento de la selva para ocultar sus crímenes. Es más probable que el cambio decisivo se haya dado en la década del cuarenta, con la llegada al poder del gobierno militar surgido de la revolución de junio de 1943, y más aún con el ascenso del coronel Perón y su posterior consagración como presidente. En Argentina, hasta 1943 el Estado pretendía regular las relaciones obrero-patronales, pero sólo intervenía cuando los conflictos amenazaban alterar el orden social, y en ese caso, se limitaba a reprimir a los trabajadores. El primer avance en relación a los trabajadores temporarios, data de finales del período conservador: la ley 12.789 de 1942, conocida como “Estatuto de los Conchabadores”, que otorgaba ciertos derechos y garantías para los trabajadores rurales temporarios. Luego, la etapa peronista trajo más legislación protectora e impulsó la sindicalización. Según Mario Lattuada, Los trabajadores asalariados transitorios  si bien no dispusieron de decretos que los beneficiaran en forma inmediata, sino sólo el comienzo del estudio de su problemática que recién se materializaría en la legislación con la sanción de la ley 13.020 de 1947 por una parte y en la fundación de la Federación Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (FATRE) ese mismo año por otra, comenzaron a tener un poder de negociación frente a los sectores patronales rurales, desconocido hasta ese momento, a través del fortalecimiento de los sindicatos rurales por la política seguida por la Secretaría de Trabajo y Previsión a cargo de Perón.
¿Qué dice la película de los sindicalistas y de los sindicatos?
En concordancia con Alvira también sostenemos que Hugo del Carril hace énfasis en la organización sindical en la escena que pasaremos a describir es exagerado deliberadamente debido a que hay un vínculo con las ideas políticas del autor. Lo que realmente interesa de esta escena es que, por un lado, nos indica cuál podía ser el horizonte de expectativas de los trabajadores, más allá de su ajuste con la realidad; y por otro, nos insta a indagar en la realidad de ese nuevo sistema que se imponía.
Un grupo de mensúes está reunido alrededor del fuego. Algunos están decididos a fugarse, pero no todos están de acuerdo.
MENSÚ 1: ¿Y si llegan a Posadas, qué van a hacer allá? ¿Morirse de hambre?
MENSÚ 2: Ya no, en el sur los mensúes han formado sindicatos para poder defenderse. Me lo dice mi hermano en esta carta que me hice leer esta mañana ¿Quién puede leer?
SANTOS: Dame. (Lee) “Querido hermano: acá estamos muy contentos. Nos tratan bien y no es como en el Alto Paraná. Nos pagan con plata y compramos donde queremos. Ya tengo ahorrados unos pesitos y el trabajo no es tan pesado. Ni los patrones ni los capangas se atreven a matar a nadie, ni siquiera a castigar a los peones porque saben que el sindicato saldría a pelear. Acá ya dejamos de ser esclavos. Somos hombres como los otros.”
MENSÚ 3: Y eso del sindicato, ¿cómo es?
MENSÚ 2: (Tratando de levantar un tronco) Este lapacho yo solo no puedo ni moverlo. Pero todos juntos sí podemos ¿verdad? Ése es el sindicato. Un sólo hombre no puede nada, pero todos juntos sí.
Inferimos de ésta última exposición que la crueldad de las condiciones de trabajo, estafas e injusticias que se sufrían los trabajadores exigió la necesidad de la organización de los trabajadores para exigir condiciones de trabajo y salarios dignos. Son los albores de la organización obrera a través de los sindicatos.

*Leer: ALVIRA, Pablo. Infierno verde. “Las aguas bajan turbias” y la explotación de los mensúes en el Alto Paraná (1880-1940). Naveg@mérica. Revista electrónica de la Asociación Española de Americanistas [en línea]. 2009, n. 3. Disponible en . [Consulta: Fecha de consulta]. ISSN 1989-211X.

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